“Te enseñaré a pecar sin que te
descubran, te contaré cuáles son sus dudas; si lo quieres hacer bien, empieza a
leer… ¿Quién no se tiró una cañita en algún lugar? No me lo tienes que contar,
simplemente empecemos a imaginar”.
Somos víctimas de hombres
controladores que viven buscando indicios para descubrir in fraganti a la mujer
que no conforman. Las que sin querer queriendo siempre hacemos lo que no
debemos o damos señales inconscientes para dejarles ganar terreno, para salir
de las garras de un marido conflictivo, un holgazán o un aburrido. O lo hacemos
para excluirnos de un novio agobiante que, por supuesto, no nos satisface.
Solemos ser sensibles a los
afectos y caemos en las redes de los amantes. Nos vuelven vulnerables a su
sexo, nos envuelven en ilusiones y, con la idea de disfrutar, caemos en el
adulterio.
Es que el dilema es tan fácil que
la solución se vuelve un arte y deja de ser un acertijo. Tenemos todo lo que
queremos al acostarnos con ellos: la escucha, el buen sexo, el vino preparado,
la cama tendida y, por qué no, la ropa lista y limpia.
Esa plenitud sexual nos permite
recuperar la energía perdida. Nos otorga un tono rozagante en la piel, una
frescura desconocida y un baño de proteínas, cuando volvemos a casa y nuestra
expresión pícara nos juega una mala pasada.
Empezamos a soportar lo que a la
mañana no aguantábamos: tareas diarias y el grito de un marido gruñón. Al
principio nada nos afecta, entonces no nos importa tender la cama para que vea
el partido o la probada indiferencia que en otro momento nos carcomía la
cabeza.
Así es como al ser infieles descargamos
nuestra libido, mejoramos el carácter, nos animamos a comprender lo que no
tiene explicación. Porque nada mejor que una aventura, un amante, para que nos
rejuvenezca y nos dé cordura, nos halague y conforme, devolviéndonos el
infinito goce.
Si somos pecadoras perfectas,
ningún drama nos aqueja, pero podríamos delatarnos sin darnos cuenta. Avisamos,
alertamos, indicamos y mostramos la verdad escueta.
La primera medida es buscar un
amante bueno para la trampa. Evitemos a los obsesivos o delirantes que se
adhieren o se apegan, dejándonos presas. También al hablador que se engalana
contando nuestro desliz y haciéndonos mala reputación, sin pensar en nuestras
consecuencias.
Debemos reconocer que la
infidelidad, mientras se guarda en secreto, será el mejor de los remedios para
una pareja quejosa. La transgresión y el placer de lo prohibido hacen que ese
sexo escondido se disfrute con más pasión y que vuelva a la cama una nueva
ilusión.
Optimicemos los detalles del
pecado bien armado para preservar el estado de pecadoras por más tiempo. No nos
encerremos en el cuarto de baño para dejarle a nuestro amante un mensaje que no
es importante. Y evitemos la ropa interior guardada en el cajón o en la
cartera. Comprar un nuevo celular provoca un estado de alerta y renovaciones
con cirugías alarman a nuestros maridos que abren el juego para dejar nuestros
sentimientos destruidos.
Es preferible esbozar algo que
los haga sentir responsables, un plan bien programado. Intentemos que sean
ellos los que deseen un par de lolas hechas, cuando con la mirada parece que se
comerán esa muñeca que pasa sin detenerse por la vereda de enfrente. Aunque
finjan no haber mirado, los gestos los delatan por porfiados.
Entonces, no nos condenemos y
evitemos mostrar nuestra sensibilidad. Si queremos un amante, la distracción
nos puede ganar. No nos mostremos perdidas, silenciosas, ni evadamos preguntas
capciosas de lo que a esta altura ya no nos importa.
Mucho menos hemos de pagar un
regalo a nuestro amante con la tarjeta de nuestro marido generoso, porque solo
una vez puede estar desprevenido.
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